EL CASO PNV, caso De Miguel, caso del 4%, o como cada uno quiera llamarlo, ha vuelto a demostrar que detrás de cada nacionalismo late un sentimiento común: el más cínico de los egoísmos. Un sentimiento parasitario que en su versión nacional tiende al saqueo de sus compatriotas; y en su versión regional, incapaz de controlar este egoísmo, deriva en la corrupción interna y la expulsión de aquellos de sus vecinos que no comparten los principios nacionalistas.
Resulta difícil apartar de la mente el recuerdo del famoso y perfectamente sepultado caso del 3% catalán tras leer el informe policial de la trama vasca -donde figura ya el nombre de Asier Arzalluz, hijo del ex presidente del PNV, junto al del número dos del partido en Álava-. Y resulta igualmente complicado no recordar las últimas informaciones sobre el pago de comisiones a Munar en Baleares. Casos ambos en los que los únicos beneficiados parecen ser los propios partidos.Y es que, aunque es obvio que la corrupción no es patrimonio del nacionalismo, también es indudable que el riesgo de albergar miserias crece cuando las principales virtudes de los máximos dirigentes de esos partidos son el saqueo continuado de España y el desprecio por las necesidades de todos aquellos que no pertenecen a su colectivo.
Mientras España se arruina en medio de una debacle financiera, CiU ha exigido el traspaso de los hospitales en Cataluña como precio por apuntalar al mismo Gobierno que nos ha sumido en el desastre; PNV, por su parte, ha reclamado las competencias del Imserso, el control de las prestaciones por desempleo y de las pensiones no contributivas, como moneda de cambio por el mismo servicio: el sostenimiento del negligente Ejecutivo de Zapatero.
¿Alguien cree que los responsables de CiU y PNV son tan idiotas como para no ver que el principal problema económico de sus autonomías es la falta de crecimiento del entorno comercial -España- del que viven? En absoluto. Pero para ambos partidos el logro de esas partidas no es sólo una cuestión económica. Es también un medio electoralista de exhibición de piezas de caza frente al Estado opresor; una medalla publicitaria de gran impacto en unos pueblos intoxicados desde las escuelas por el sentimiento nacionalista.
No es su gente lo que les importa. Es su supervivencia como partido. Una supervivencia que exige elevar día a día el precio de su destructivo nacionalismo como razón de ser y, por supuesto, si se presta, regar de dinero la infraestructura de su partido y sus bolsillos. Todo lo que haga falta con tal de pagar las boinas de oro de unos políticos que han convertido el nacionalismo en su mejor negocio.
El Mundo
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Trece verdades y una entrevista