Ignacio Camacho en ABC: España no es un país serio

País de pequeños caciques ególatras, de políticos incompetentes y corruptos. Un país arruinado, salvajemente inculto, entregado a la telebasura, a las drogas y al vivir del crédito. Pero, ay, amigo... nos han calado.

España podrá ser —ya veremos—un país solvente, pero lo que de ninguna manera resulta
ahora mismo es un país serio



PARA demostrar que éste es un país solvente, como dicen al alimón Zapatero y Rajoy —unidos por una vez ante la amenaza de la suspensión de pagos—, España tendría que comportarse también como un país serio. En los países serios no se arman descalzaperros con las competencias territoriales, ni se disparan las deudas autonómicas como si se tratase de miniestados soberanos, ni se construyen aeropuertos sin aviones ni trenes de alta velocidad sin pasajeros, ni se utilizan las cajas de ahorros para colocar a dirigentes que no han pisado un banco ni para pedir hipotecas. En los países serios no se emite deuda para sostener una Administración hipertrofiada con miles de organismos y empresas públicas inútiles y decenas de consejillos consultivos que no asesoran a nadie. En los países serios no se trocea la caja de la Seguridad Social, no se implantan modelos financieros imposibles de sufragar y no se negocian los presupuestos del Estado con partidos que se quieren separar de ese mismo Estado. Los países serios no construyen a crédito una estructura social de bienestar subvencionado.

‘En los países serios no se trocea la caja de la Seguridad Social, no se implantan modelos financieros imposibles de sufragar y no se negocian los presupuestos del Estado con partidos que se quieren separar de ese mismo Estado’



En un país serio no saldría el presidente de la comunidad territorial con mayor autonomía política a pedir en plena crisis de deuda un estatuto de soberanía fiscal, como acaba de hacer Artur Mas en una Cataluña que dispone de la mayor financiación per cápita de España. En un país serio el Gobierno de la región con la tasa de paro más alta —Andalucía— no dedicaría sus desvelos, cuando la economía y la estabilidad social se escapan por el sumidero, a aprobar decretos urgentes sobre la memoria de la represión de una guerra que acabó hace setenta años. En un país serio a punto de quiebra el Gobierno y la oposición habrían alcanzado hace tiempo un acuerdo sobre reformas estructurales. En un país serio con problemas de credibilidad institucional su presidente no convocaría elecciones a cuatro meses vista para ver si su partido tiene tiempo de improvisar un candidato de nueva planta.

Los países serios son serios porque se respetan a sí mismos y observan con responsabilidad reglas transparentes de conducta política. Guardan las formas democráticas, se atienen a los procedimientos y a las normas y se muestran escrupulosos con el manejo de los impuestos de los contribuyentes. Sus sistemas administrativos se rigen por criterios de austeridad y de eficacia y están sometidos a principios de control diseñados para preservar su neutralidad y evitar su uso sectario o clientelista. Los países serios, en fin, sufren crisis y periodos de inestabilidad, no son en absoluto perfectos ni están exentos de convulsiones, pero abordan los problemas con espíritu de esfuerzo y sacrificio y no se toman los asuntos públicos con frivolidad ni cachondeo.
España podrá ser —ya veremos— un país solvente, pero lo que de ninguna manera resulta ahora mismo es un país serio.

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