Una cabra en la axila
Por Remedios Morales
Flamantes copulantes: Las axilas son esas oscuras cavernillas que, según dijo alguien, llevan una vida de callado sudor. No tan callado, creo yo, porque, lo que es cantar, cantan. |
¿Tienen las axilas alguna utilidad? Bueno, dicen que los recién nacidos vienen con un pan debajo del brazo; sirven también para llevar el periódico, y tienen sus cinco minutos de gloria cuando nos ponemos el termómetro. (Sí, hay otras alternativas, pero estaréis de acuerdo conmigo en que es mejor ponérselo ahí que en otro lado).
Con todo, la misión de las axilas es más amplia y de más responsabilidad. Vosotros pensaréis que me refiero a que el sudor de las axilas, al evaporarse, refrigera el organismo; pero yo os digo que no refrigera nada porque el sobaquillo es un sitio muy cerrado y la humedad no se evapora bien. No, no, la axila tiene gato encerrado y los expertos dicen que es un gato erótico.
Parece una ordinariez, pero las axilas tienen mucho que ver con el sexo y, de hecho, son caracteres sexuales secundarios que dependen de las hormonas y maduran en la pubertad. Entonces se vuelven peludas y se desarrollan las glándulas apócrinas que desembocan en cada folículo piloso. Hasta tres glándulas apócrinas por folículo pueden estar segregando a toda pastilla. Las secreciones son inodoras en principio pero, en contacto con las bacterias de la piel, se descomponen y en unas horas empiezan a dar guerra. Los desodorantes actúan reduciendo hasta un 90 por ciento esta flora bacteriana. La depilación también disminuye mucho el aroma, ya que el matojo sobaquil –que, paradójicamente, florece triunfante aunque los humanos somos casi lampiños– aumenta la superficie empapada y sirve de emisor de aromas. De todas formas, chicos, lavaos pero no os depiléis, porque perdéis mucho de vuestro carisma varonil.
El hecho de que este olor haya evolucionado para ser erótico tiene su explicación. Para los mamíferos, el olor es un poderoso atractivo sexual, y los machos rastrean a las hembras en celo y captan sus efluvios desde largas distancias. Los primates no hacen el menor caso de las axilas, sino que se centran en la zona perivaginal y pasan inspección, regularmente, a las hembras para ver si están receptivas, acercando las narices al trasero y tocándolas con los dedos. Imposible mantener algo de intimidad.
Muchos autores están de acuerdo en que la axila, como órgano oloroso, evolucionó a partir de la bipedestación, o sea, cuando la especie se puso de pie. Entonces la nariz quedó lejísimos de aquellos lugares que antaño eran tan interesantes para el olfato masculino, y los machos no tuvieron más remedio que cambiar de costumbres si no querían acabar con escoliosis. Además, el celo quedó oculto y llegó un momento en que la nariz y el cerebro de los machos quedaron desconectados del celo de las hembras; y eso fue bueno para que todo el mundo dejara de hacer el mono.
Pero, aunque el olor no sirva ya para reconocer la ovulación, parece que conserva todavía un fuerte poder de atracción sexual; solo que en un lugar accesible, más arriba y por delante. Es raro y significativo que los dos sexos hayan desarrollado el mismo órgano aromático. En otras especies, los machos poseen órganos especiales para marcar el territorio y en su defecto, lo marcan con la orina. Las hembras, por su parte, utilizan los aromas vaginales para anunciar el celo. Se cree que si hombres y mujeres comparten el mismo órgano aromático axilar es porque existe una presión evolutiva que se da en las especies monógamas y que induce a un sexo a copiar un rasgo del otro, o mejor dicho, a seleccionar una pareja con algún rasgo parecido al de su propio sexo.
Por la cantidad de glándulas secretoras que tenemos repartidas por la piel, los humanos podemos considerarnos, con gran diferencia, los primates más perfumados. Sin embargo, hay enormes diferencias de un individuo a otro y de una raza a otra. Sólo el dos o tres por ciento de los chinos tiene olor axilar fuerte, y para ellos los negros y los blancos son apestosos (y fijaos que yo no me incluyo).
La producción de esteroides muestra una fuerte asociación con la mano dominante, o sea que los diestros producen más en la axila derecha. Las mujeres tienen más glándulas apócrinas, pero no son tan activas ni tan grandes como las de los hombres. Los varones producen en sus axilas una cantidad significativamente mayor de androsterona que las mujeres. ¿A qué huele la axila del miserable animal humano que no ha pillado una ducha? La descomposición de diversos esteroides produce ese olor tan característico a almizcle y cabra. Ovidio, en su Arte de amar, recuerda que también las señoras pueden tener este olor, y les dice: "Ne trux caper iret in alas", o sea, no lleves una cabra en la axila. Gracias, Ovidio.
El cóctel de componentes de la secreción y la flora de las axilas varía mucho, y por eso cada persona tiene un olor propio. Los perros lo detectan muy bien, y seguro que todos nosotros podemos reconocer a algunas personas por su olor. Esa huella aromática puede ser muy atractiva sexualmente para el otro sexo. Hay individuos que desarrollan un gusto o placer especial por oler o ser olido, y esto se llama rinofilia. Se dice que cuando Napoleón volvía de las campañas, mandaba recado a Josefina para que no se lavara. Luego se fue con otra... se ve que siempre hay alguna más guarrilla.
M. Stoddart, autor de El mono perfumado, toma una cita de Frafft-Ebing (que a su vez la recoge de Charles Féré) que da testimonio de lo que sucedió en 1572 durante un baile en el Louvre con motivo de las bodas del rey de Navarra con Margarita de Valois y del Príncipe de Condé con María de Cleves. Esta encantadora jovencita de 16 años, acalorada por el baile, quiso cambiarse la camisa y pasó con una camarera a un reservado. Por desgracia, entró poco después el Duque de Anjou, que sería luego Enrique III de Francia, y por error se secó el sudor de la cara con la camisa que la joven acababa de quitarse. No sólo sobrevivió, sino que concibió por ella la más violenta y desgraciada pasión. Se ve que este rey fue un homosexual de vocación tardía, porque entonces todavía no le deba por ponerse corsés y enredar con los hombres.
Es un poco raro que un olor que hace que la gente se espante de sus propias miserias resulte atractivo, después de todo, durante los encuentros sexuales. M. Stoddart lo explica así:
Nuestra opinión ambivalente sobre la axila es el resultado de nuestra evolución sociobiológica; el que consideremos su olor como una flor de juventud o como una cabra bajo el brazo depende de incontables condiciones físicas, fisiológicas, psicológicas y emocionales, así como de las circunstancias.
LD