escribe: Antonio Alemany
Ahora los catalanistas quieren denominar Maó a Mahón. Son insaquibles al desaliento, presos de una fiebre que les conduce a una unidad de destino en lo particular: al aldea catalonia.
Cabe extraer algunas conclusiones y reflexiones en relación con la vuelta a las denominaciones de Palma de Mallorca y Mahón, anuladas por los socialistas y catalanistas no se sabe muy bien en nombre de qué y por qué. Primera: una cambio de denominaciones seculares de las dos capitales insulares no puede hacerse sin un consenso generalizado, primero, de la ciudadanía y, segundo, de las fuerzas políticas mayoritarias. Lo mismo cabría decir de los cambios de buena parte del nomenclator callejero urbano, perpetrado, no tanto para vestir a los santos de la izquierda como para humillar a los santos de lo que no son izquierda. La mostrenca osadía y sectarismo de la izquierda lo que consigue es, además de irritar a amplios sectores de la sociedad, instaurar un baile recurrente de cambios y denominaciones. En estas estamos.
En segundo lugar, y por lo que hace referencia a lo de Mahón y Palma de Mallorca, se produce una insidiosa sustitución de lo que podríamos llamar las “fuentes de la lengua” por un sanedrín de sectarios lingüísticas- en realidad sectarios politizados- que se autoconfieren una autoridad “científica” que sólo existe en sus petulantes cabecitas. La lengua no la hacen los lingüistas, sino el pueblo a lo largo de los siglos. Los lingüistas- los auténticos- estudian, analizan, diseccionan y aceptan los dictámenes del pueblo soberano. No imponen sus criterios entre otras razones porque no son nadie par hacerlo, además de resultar una batalla perdida. Ni siquiera las Reales Academias de la Lengua se comportan como estos lingüistas devenidos en comisarios catalanistas en la mejor tradición de Orwell y Huxley. Sofocles, Esquilo, Aristófanes, Platón y Aristóteles, Tito Livio, Horacio y Virgilio, Montaigne, Rabelais y los del ciclo artúrico, Dante, Petrarca y Maquiavelo, Shakespeare, Goethe y Schiller, Berceo, Garcilaso, Tirso, Lope y Calderón, Ramón Llull, Turmeda y Joanot Martorell, iluminaron el mundo con sus lenguas excelsas, sin lingüistas y sin reales academias que pretendieran decirles como tenían que hablar y escribir. La lingüística es una ciencia, no una creadora de la lengua que es lo que pretenden este sanedrín de lingüistas que se amparan en una UIB que debería, o disciplinarlos y reducirlos a su condición científica o a expulsarlos de su seno.
Y, desde luego, de donde deberían ser expulsados sin contemplaciones es del Estatuto de Autonomía que, inexplicablemente, les confiere la condición de instancia “científica” en matería de la lengua ( si hubieran existido estos “lingüistas” en tiempos del Imperio Romano, hoy hablaríamos en latín y no en mallorquín, castellano o francés). Como era de esperar, se oponen a que Mahón sea Mahón ( o Mahó si se prefiere en menorquín) y no Maó. Y Palma de Mallorca ha consolidado un denominación casi bicentenaria que liga la Palma romana fundacional con Mallorca, de la cual es capital. Han hecho muy bien, tanto el ayuntamiento de Mahón como el de Palma, en recuperar las denominaciones consagradas por la tradición y, sobre todo, por el uso soberano del pueblo. La autoridad “científica” de estos “lingüistas” para decidir sobre como deben llamarse estas dos ciudades es cero, nula, inexistente. Ergo, no hay que hacerles ni pito caso.
Editorial Libertad Balear