Escribe Roberto Centeno
Después de habernos llevado, junto a Zapatero, a la mayor ruina económica, política y social de nuestra historia en tiempos de paz (y después de haber traicionado a los españoles, legalizando a una banda de asesinos y entregado el gobierno de una de las provincias más ricas del país) Rubalcaba se atrevió a afirmar hace solo tres meses que sabía perfectamente cómo acabar con el paro. Desde entonces el desempleo no solo no ha bajado: ha crecido más que nunca. Y, sin embargo, Rubalcaba ha convertido en eje central de su campaña el mensaje de que el Estado de bienestar, que él mismo ha hecho inviable, se encuentra en riesgo si gana el PP.
Siendo así, ¿cómo este irresponsable puede tener la desvergüenza de presentarse a las elecciones del 20-N? Peor aún, ¿cómo es posible que existan todavía más de ocho millones de personas (siete, descontando a aquellas atadas al pesebre) capaces de seguir creyendo a este apóstol de la incompetencia y, en consecuencia, capaces de votar su propia ruina y la de sus hijos? Como decía France-Soir, “los izquierdistas españoles, al contrario que los europeos, están tan llenos de odio por lo que llaman derecha que en su sectarismo ciego ignoran completamente el desastre económico y social al que les han llevado sus dirigentes. Son incapaces de exigirles responsabilidades por ello”.
Un paro desbocado: crece 1,6 millones de personas en tasa anual
Las cifras de desempleo de la EPA publicadas el viernes han sido aterradoras: un 22,5% de paro, cifra que Eurostat corrigió al día siguiente. El triple que los países centrales de Europa y más paro que todos los grandes países de la UE juntos. El paro juvenil es de casi el 50%, una situación inédita que condena a la mitad de nuestros jóvenes al ostracismo más absoluto o a la emigración. Más grave incluso es que estas cifras muestran que en el tercer trimestre el ritmo de destrucción de empleo se ha acelerado hasta el equivalente a 1,1 millones de personas en tasa interanual. Parecía imposible; nadie imaginaba que la cosa podía empeorar.
Pero los socialistas son capaces de todo. En octubre batieron un record histórico con 134.000 nuevos parados, lo que significa que la tasa de destrucción de empleo interanual ha escalado hasta los 1,6 millones de personas. La otra cara de la moneda es que la Seguridad Social ha perdido dos millones de cotizantes desde 2007, y casi 300.000 desde que Rubalcaba dijo que el Estado de bienestar estaba en riesgo si ganaba la derecha. Es incomprensible que después de cinco millones de parados oficiales y seis reales y ahora que se destruyen 7.000 empleos por día laborable la gente no salga a la calle a pedir la cabeza de los responsables.
¿Cómo es posible que Rubalcaba -el hombre que afirma que el Estado de bienestar se encuentra en riesgo si gana el PP cuando su partido ha dejado a casi tres millones de personas tiradas en la cuneta sin subvención ni prestación alguna- tenga la desfachatez de presentarse a las elecciones? En cualquier país civilizado le habrían echado a patadas de su propio partido. Y, sin embargo, ahí lo tienen: ignorando el paro, ocultando la destrucción del Estado de bienestar y diciendo memeces del tipo “No nos someteremos a lo que digan los mercados”.
¿Cómo que no hará caso de los mercados? Entonces, ¿por qué no explica a los españoles de dónde va a sacar los 150.000 millones de euros de deuda pública que vencen en 2012?; ¿de dónde los 100.000 millones más que España necesita para cubrir la diferencia entre los ingresos y los gastos públicos en 2012?; ¿de dónde el dinero para pagar la sanidad, a los jubilados, a los parados y para mantener el resto de prestaciones sociales?
Después de este desastre, cuando todos los países están haciendo reformas aceleradamente, Zapatero, con la prima de riesgo al límite, afirma que España ya no necesita reforma alguna; presume incluso de que no hemos tenido que ser rescatados. ¿Qué son entonces las compras masivas de deuda española por parte del BCE desde agosto, compras que han aplazado nuestra bancarrota?; ¿por qué bancos y fondos extranjeros están vendiendo masivamente todo la deuda española que poseen? Solo por el hecho de tener unas elecciones a las puertas, España se salvó el viernes de ser sometida en el G-20 a nuevas exigencias y a la intervención directa o indirecta del FMI, mientras el conjunto de la economía experimenta un deterioro tal que deja asombrados a los analistas.
Por qué votar socialista es votar ruina
Ya lo expliqué en una ocasión, pero quiero recordarlo hoy cara a las elecciones. Siempre que el partido socialista ha gobernado esta nación la ha llevado a la ruina. Este es un hecho inmutable. Sin la existencia del socialismo, España sería hoy mucho más rica, infinitamente más culta e infinitamente más justa. Son los líderes socialistas los causantes de nuestra ruina, pero son sus votantes quienes han hecho posible el desastre.
La primera vez que el socialismo hundió económicamente al país fue en la crisis de 1932, aquella que los historiadores izquierdistas achacan a “la traición de empresarios y banqueros para sabotear la República”. La realidad fue que el Gobierno de la República actuó con una incompetencia económica absoluta. Su única preocupación, como nos recuerda el profesor Velarde, fue la destrucción de los logros económicos de Primo de Rivera, los mayores de la primera mitad del siglo XX.
Ortega y Gasset, en su discurso ante las Cortes Constituyentes en julio de 1931, afirmó que “si el régimen hoy naciente no triunfa en la economía, no tiene porvenir”. Espantado después por la ineptitud del Gobierno clamaría: “Es menester que encarguéis (la economía) a las personas más autorizadas que en España haya. Y si no hay bastantes traedlas del extranjero”.
Marcelino Domingo, ministro de Agricultura -del que Alcalá-Zamora decía que “estaba tan ayuno de preparación, que era incapaz de distinguir el maíz de las algarrobas”-, con el mito republicano del pan barato decidió importar grandes cantidades trigo a finales de 1931. Cuando en 1932 dicho trigo estaba llegando al país, se recogió la mayor cosecha en años. El exceso de oferta hundió los precios y sumió a los campesinos en el hambre y la miseria. El otro mito republicano, la peseta fuerte, sosteniendo un tipo cambio artificial, nos daría la puntilla.
En 1933 la izquierda perdió el poder, que intentó recuperar en octubre de 1934 alzándose en armas contra el Gobierno legítimo, y que recuperó con el fraude masivo en las urnas de febrero de 1936, elecciones en cuya campaña el socialista Largo Caballero aseguraba que “si perdemos, iremos a la guerra civil”. Decidieron no correr más riesgos electorales y aplastar a la media España que no pensaba como ellos, lo que haría inevitable la guerra. “El Gobierno de la República ha caído en manos de unos pistoleros”, clamó D. Miguel de Unamuno desde Salamanca. Las ocupaciones de tierras y fábricas a partir de febrero harían caer la renta per cápita un 13% hasta julio.
Zapatero deja una bomba de 250.000 millones de euros entre vencimientos de deuda y necesidades de financiación para 2012 solo del Estado, que España ya no puede obtener, porque desde agosto solo nos compran deuda el BCE, bancos y cajas a cambio de que se les deje seguir mintiendo en sus balances y la caja de la Seguridad Social.
Todo esto palidece comparado con el legado de Zapatero. Un legado que seguirá causándonos daños incalculables una vez desaparecido el personaje, pues sus concesiones en Bruselas aniquilaran el crédito a familias y empresas en 2012 y 2013. Deja, además, una bomba de 250.000 millones de euros entre vencimientos de deuda y necesidades de financiación para 2012 solo del Estado, que España ya no puede obtener -desde agosto solo nos compran deuda el BCE, bancos y cajas a cambio de que se les deje seguir mintiendo en sus balances y la caja de la Seguridad Social-, más 200.000 millones de vencimientos de bancos y empresas, imposibles de pagar. Ningún país del planeta puede salir de una crisis sin crédito y con deudas cuyas amortizaciones e intereses en un solo año superan el 40% de su PIB. Esta vez el socialismo español se ha superado a sí mismo. Esperemos que el 21-N esta plaga desaparezca al menos durante la próxima generación.