TRIBUNA: REVOLUCIONES EN ORIENTE PRÓXIMO
El autor plantea el escenario en el que se desarrollará el proceso de democratización del mundo árabe. Un optimismo desmedido puede llevar a una errónea interpretación de la realidad en países como Libia.
Pase lo que pase con Gadafi, su esperpéntico régimen es ya historia. Lo que ocurra ahora en Libia es una nueva página ante la que debemos estar vigilantes. Las primaveras árabes, que son más una inmensa encrucijada que otra cosa, son tan heterogéneas como incierto es su futuro y resultados. El exceso de optimismo y el análisis superficial en la distancia, ha caracterizado no pocas posiciones que hemos podido escuchar y leer.
La desaparición de una cruel dictadura de 42 años es, indudablemente, una buena noticia, pero en este momento sólo podemos esperar y desear que se instale una democracia real en el país. Hay ciertas dudas que deben aclararse respecto del CNT, Gobierno provisional que se estableció en Bengasi y que ya se ha trasladado a Trípoli. En primer lugar, la inmensa diversidad ideológica y de origen de sus miembros, así como el hecho de que algunos hayan sido muy destacados miembros del régimen gadafista, como es el caso del presidente del CNT, Mustafa Abdel Yalil, que fue ministro de Justicia de Gadafi. La mayoría de los miembros son desconocidos, y/o mantienen en secreto sus identidades, y tampoco se sabe muy bien qué piensan. Además, salvo algunas excepciones, no tienen experiencia democrática, y esperemos que además del lógico deseo de una Libia sin Gadafi, les una la voluntad de construir una democracia sólida. Esa es la impresión que los más destacados miembros de CNT transmiten, pero resulta preocupante que en sus filas se cuente con algunos elementos de quienes se sospecha que han sido miembros de Al Qaeda. En definitiva, las incertidumbres son inconmensurables, y el exceso de optimismo a este lado del Mediterráneo puede ser un pésimo consejero. Quizá convenga una reflexión de conjunto que me atrevo a esbozar.
Aun a riesgo de equivocarnos, tenemos que empezar seriamente a estudiar los distintos escenarios de las encrucijadas árabes, hacer un catálogo de problemas, y tratar de anticiparnos, aunque sea un poco, a la jugada. No podemos seguir sorprendiéndonos con todo lo que ocurre, que nos ha pillado a los europeos con el paso cambiado. Lo mínimo a lo que debemos aspirar es a comprender las tendencias, aunque no acertemos siempre o del todo. En momentos de crisis, especialmente de grave recesión económica, una tendencia a la introspección es comprensible, pero no lógica. Las demandas de libertad que se suceden en nuestra vecindad son esperanzadoras pero no surgen de la nada, y tampoco podemos olvidar otros desafíos que llevan enquistados o intensificándose durante décadas sin que hayamos hecho gran cosa, por lo menos en lo que a resultados se refiere. Los esfuerzos hechos en el pasado son loables, especialmente la política euro-mediterránea de la UE y la fundación de la Unión para el Mediterráneo. Pero, ¿qué pasa con los resultados? ¿Están los instrumentos y sus dirigentes a la altura de los desafíos? Todo parece indicar que buena parte de ellos están superados por los acontecimientos y que además muy pocos han podido salir de su estado de perplejidad paralizante. Los europeos tenemos una tendencia exasperante a ponerle estructuras a todo y acabamos necesitando expertos en la maraña institucional, desentendiéndonos por no comprender los problemas de fondo. Esto es exactamente lo mismo que ocurrió con el proceso de paz de Oriente Próximo surgido en Madrid en 1991, que se transformó en una intrincada madeja de comités, subcomités, la mayoría no deliberantes. En fin, un caos que al final fracasó.
Debemos profundizar más en nuestro conocimiento de nuestros vecinos y no despacharnos con los habituales tópicos, cómodos, simplistas y reconfortantes. Tenemos que entender que además de injustos, nublan nuestro entender y distorsionan irremediablemente nuestra eficacia. El esfuerzo debe estar alejado del paternalismo neocolonial y también -y créanme que éste es el mal más frecuente- en el complejo bobalicón y buenista del occidental poscolonial pseudo-progre, que ignora profundamente las realidades de las sociedades en las que pretende influir.
El primero y principal de los problemas socio-políticos de algunos países, especialmente Libia y Yemen, es el de la inexistente institucionalidad, que obliga a la construcción, en esos casos, desde cero, de la estructuras mínimas sobre las que edificar un sistema de libertades. El concepto mismo de Estado de Derecho, fundamentado en la separación de poderes, el imperio de la Ley, el principio de igualdad de todos ante la Ley, y el respeto y protección estrictos de los derechos y libertades individuales, es una pura entelequia en casi todos los Estados. Tenemos que entender que Instituciones que puedan llegar a transformarse en democráticas y estructuras de poder tiránico son cosas bien distintas. Pero incluso donde hay atisbos esperanzadores de una naciente democracia -algunos países tienen partidos políticos legales desde hace décadas- se encuentran aún lejos del necesario desarrollo pleno de una democracia digna de tal nombre. No quiere decir que algunos no lleguen a ellas, pero el camino es aún largo e intrincado.
El desarrollo político y social es muy escaso, y las clases medias no existen en muchos países, en otros son pequeñas y débiles y en algún caso se han empobrecido de tal manera que muchos han acabado convirtiéndose en proletariado misérrimo. Por otra parte, en algunos países hay sociedades más complejas y una élite bien preparada, parte de la cual -y en ocasiones- se convirtió en aliada de las dictaduras, lo que sin duda contribuyó a su perpetuación.
Las primaveras han desbordado el optimismo de algunos, que llegaron a decir que eran la tumba del islamismo radical. Es verdad que los extremistas no fueron los protagonistas de las revueltas y les cogió tan a contrapié como a las tiranías contestadas, pero en muchos países tienen una fuerte implantación por haberse convertido en la forma de algunos de unirse a la contestación a las dictaduras. Pero el riesgo sigue muy vivo y los islamistas, especialmente los salafistas, están agazapados esperando su momento. Además, el terrorismo yihadista sigue dando zarpazos, con ellos no va la revolución, no persiguen la democracia sino la desestabilización de tantos países como puedan y su fuerte implantación en la inmensa banda saheliana no augura nada bueno. El crimen organizado dedicado a todos los tráficos ilícitos imaginables, (drogas, armas y personas) a los que también se dedican los terroristas, sigue siendo un muy temible enemigo para la democracia y la libertad. Todo esto se ha visto notablemente agravado por el hecho de que Gadafi hiciese varias entregas de armas a sus otrora archienemigos de Al Qaeda en el Magreb Islámico. En los peores momentos de la guerra de liberación, algunos socios de la OTAN decidieron armar a los rebeldes para evitar su derrota frente a los mercenarios profesionales del régimen gadafiano. En los próximos meses, el paulatino desarme de quienes no se integren en las futuras Fuerzas Armadas de la nueva Libia, va a ser un reto especialmente delicado para las nuevas autoridades. Por otra parte, el descontrol en estos seis meses de guerra en Libia ha propiciado la exportación ilegal de armas de ese conflicto al mercado negro internacional, especialmente en Oriente Próximo, por lo que acabarán, sin duda, en manos de organizaciones terroristas.
Es innegable que las dictaduras, la pobreza, el paro y la desesperación por la falta de perspectivas, alimentan la inmigración irregular, que es una realidad que no se puede ignorar. A la ya de por sí dura realidad de la región hay que añadir que la incertidumbre e inestabilidad intensifica los deseos de emigrar que de por sí manifestaba, hasta ahora, la mayoría de los jóvenes de la región.
Hay que adaptar nuestras políticas europeas y bilaterales a estas nuevas realidades, tenemos que comprometernos sin complejos con la democracia y ayudar sin pausa a estabilizar y desarrollar la región, que debe ser una prioridad esencial en nuestra política exterior. Entendiendo que en estos momentos de crisis la actividad económica internacional es esencial para Europa hay que denunciar el poco decoro que han tenido algunos que se lanzaron indisimuladamente a la búsqueda de negocio en Libia, incluso cuando Trípoli no había sido aún controlada y había aún cadáveres en las calles. Lo más increíble es que en algún caso se trató de gobiernos reticentes o incluso contrarios a la intervención contra la dictadura de Gadafi.
El final del mes de Ramadán va a abrir una nueva etapa en las revueltas árabes, la contestación se va a intensificar en no pocos países y todo esto va a coincidir con las elecciones en Túnez y Egipto, con mejores perspectivas en el primero que en el segundo. En Marruecos, las elecciones legislativas previstas para el 25 de noviembre elegirán al primer presidente del Gobierno de su historia tras la reforma constitucional. Queda por comprobar el alcance y profundidad de las reformas en los resultados concretos y las primeras medidas del nuevo Gobierno. En Jordania queda pendiente la puesta en práctica de las reformas prometidas por el rey. En Argelia están pendientes reformas más profundas, siendo aún preocupante el activismo terrorista. Por otra parte, la creciente tensión entre las nuevas autoridades libias y Argelia es una pésima noticia para la estabilidad de la región y su solución debería convertirse, sin duda, en una asignatura prioritaria para Europa.
En Yemen podría acabar generalizándose el conflicto si el presidente Saleh sigue rechazando cualquier salida negociada del poder. Por último, la brutal y sádica represión en Siria va a encontrar una respuesta mucho más contundente por parte de la Comunidad Internacional y también del Mundo Árabe, una vez derrotada la tiranía de Gadafi. Justamente inspirados por esta derrota, se acaba de anunciar la creación de un Consejo Nacional similar al CNT libio, presidido por Burhane Ghalioun, un profesor sirio exiliado en Francia.
Los desafíos son inmensos, el análisis convencional, en el que tantos han creído a pies juntillas durante tantos años, está superado, es anacrónico y, revisado hoy, resulta preocupante que haya dictado durante tanto tiempo nuestra acción política.
Gustavo de Arístegui es diputado y portavoz de AAEE del PP en el Congreso. Autor del libro de próxima aparición de igual título que el artículo.
El Mundo