Las posibilidades de que España entrase en una espiral infernal que obligase a la Unión Europea a plantearse el rescate de nuestra economía comenzaron a dibujarse en el horizonte apenas hace una semana. Al presidente del Gobierno le fallaron sus tres últimas cartas. La primera: Bankia. La segunda: el reiterado rescate a Grecia. La tercera: las cifras de paro.
La salida a Bolsa del grupo de cajas reconvertido en dos bancos –Bankia y Ahorro y Finanzas—no constituyó un desastre total porque los bancos y grandes corporaciones españolas se conjuraron para que no lo fuera. En realidad, la entidad que preside Rato fue rescatada por el club de grandes Compañías españolas en un acto “patriótico” pero que enfrentó a sus gestores a la dura realidad de comprobar el fracaso de la reforma del sistema financiero, ratificado días después con la intervención de la CAM por el Banco de España. Entonces, los empresarios se plantaron.
Por otra parte, el “circunstancial alivio” que proporcionó a la UE el precario acuerdo del segundo rescate a Grecia apenas convenció a los mercados que tras una transitoria distensión consideraron escasas las medidas adoptadas por los jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona, cobarde su enfrentamiento con las agencia de ratings y peligrosísima la dilación en habilitar los fondos a Atenas, todo ello sobre un fondo casi dramático en Estados Unidos. Por lo tanto, la Bolsa volvió a desplomarse y la prima de riesgo alcanzó de inmediato los 350/70 puntos básicos.
La cifra de paro del mes de junio, quebraba, por fin, cualquier esperanza de que la reforma laboral adquiriese reputación. Que en un mes como el pasado el desempleo se lime en sólo cuatro décimas constituye un fracaso sin paliativos y deja en evidencia las supuestas bondades de los dos reales decretos leyes del Gobierno sobre la materia: agua de borrajas.
"Zapatero ha preferido faltar de nuevo a su palabra que tener que soportar un rescate de nuestra economía siendo él jefe del Gobierno"
El presidente se quita de en medio
La única salida que ha encontrado Zapatero y el propio Rubalcaba a esta endiablada situación ha sido la de ofrecer a los mercados –incluso a su propio partido— la “certidumbre” de un calendario electoral cuya única virtud consiste en conocer con una anticipación inédita (tres meses y medio) cuando se celebrarán, adelantados, los comicios generales. La única explicación medianamente lógica a un anuncio electoral tan extraordinariamente anticipado consiste en la garantía de que Zapatero, finalmente, se va antes de que concluya el año descartando que pueda seguir mal gestionando el país hasta marzo de 2012.
De nuevo Zapatero –como en todo aquello que ha prometido en esta su segunda legislatura— ha sido incapaz de mantener su compromiso. Todo cuanto ha predicho el presidente, jamás se ha cumplido. Su aseveración de que concluiría plenamente la legislatura, tampoco. Pero ha preferido faltar de nuevo a su palabra que tener que soportar un rescate de nuestra economía siendo él jefe del Gobierno. Esta es la explicación al anuncio electoral en el que Zapatero se pareció a sí mismo, sin un ápice de sinceridad y con un impostado optimismo sazonado de triunfalismo insultante, mientras Mariano Rajoy desgranaba una intervención ya presidencial tras conseguir el adelanto electoral que con tanta perseverancia ha venido reclamando.
Rubalcaba, que se temía que sucediese lo que ha sucedido, sólo ha hecho dos movimientos: uno de persuasión en la cocina demoscópica del Centro de Investigaciones Sociológicas para mejorar en la encuesta de julio su posición de salida; otro, de entendimiento con José Antonio Griñán para que cuando todo esté perdido el 21 de noviembre, aún le quede al PSOE, por unos meses y como retaguardia de urgencia, el bastión andaluz que está previsto caiga con estrépito en marzo de 2012.
El desastre, en consecuencia, se ha consumado. Y la historia no será benigna con quien contribuyó a ensanchar sus dimensiones y agudizar sus males: José Luis Rodríguez Zapatero y sus gobiernos.
El Confidencial