“Da igual quién lleve el féretro”, ha dicho Rosa Díez, con la mala uva que caracteriza a las mujeres dedicadas al ejercicio político. Desde hace muchos meses asistimos a las exequias de José Luis Rodríguez Zapatero. A las exequias políticas porque al presidente dadivoso le queda larga y fecunda vida por delante.
Pero es un cadáver político. Lo escribí hace más de un año. Un cadáver político de cuerpo presente, llorado por sus púberes canéforas, Elena, Leire, Bibiana, Trinidad, Maleni…
La imagen ha hecho fortuna y son muchos los que la emplean.
Lo lógico hubiera sido que cuando los socialistas le escabecharon como candidato a la presidencia, el pasado mes de abril, Zapatero hubiera reaccionado al bofetón y a la taimada vejación marchándose por la puerta grande de su madriguera monclovita.
Ha preferido esperar unos meses en una situación personal humillante, tal vez para dejar colocados y colocadas a sus paniaguados y paniaguadas. Y, sobre todo, para borrar las huellas de su relación con Eta. El caso Faisán y algunas de las actas de la negociación política, de tú a tú, entre el Gobierno y los terroristas, están en la frontera del gravísimo delito de colaboración con banda armada.
Barrionuevo y Vera ingresaron en la cárcel por los Gal, un delito que podía resultar simpático a mucha gente porque suponía el crimen de Estado, pero contra Eta. Ahora la cosa es diferente. La opinión pública no puede digerir que el Gobierno avisara a dirigentes de Eta, para que pudieran escapar, porque la policía iba a detenerles. Y las actas que conocemos contienen diálogos y propuestas en el límite de la negociación con banda armada.
Se comprende, pues, que Zapatero haya decidido prolongar su permanencia en el féretro monclovita para borrar huellas. Pero las cosas tienen su límite. Y las elecciones deberían celebrarse en octubre próximo. Con la que está cayendo, a Zapatero hay que enterrarle políticamente cuanto antes. No puede permanecer más tiempo de cuerpo presente.
Luis María ANSON
de la Real Academia Española
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