Santiago González dejo guapo a Felipe González (merecidamente)

El abuelo Cebolleta y el alzhéimer




Felipe González ha hecho declaraciones, quizá con el propósito de envolver la retirada de Zapatero en un manto de dignidad por comparación. El abuelo Cebolleta no se resigna y sigue erre que erre agarrado a su relato, una historia idealizada recordada por un enfermo de alzhéimer. El subtítulo define su actitud respecto a los debates electorales. Durante los once primeros años de su presidencia jamás aceptó uno. Fue en 1993, con las encuestas en contra, cuando se avino a debatir con el pequeño Aznar.

Yo era entonces un progresista que había admirado años atrás a Felipe González, cuando era aquel pundonoroso líder de la oposición, en tiempos de UCD. Yo era entonces comunista, pero no podía evitar la fascinación que ejercía sobre mí aquel tipo en los debates parlamentarios. Mi fe se la debía a Carrillo, pero mi corazón estaba con Felipe, aun a regañadientes. Luego, cuando ganó, empecé a ser un felipista melancólico. Estas cosas, esas mentiras.


El 19 de mayo de 1993 estuve en aquel debate, el el plató de Antena-3, invitado por Manuel Campo Vidal que moderó el debate. Aquel espectáculo fue duro, porque Aznar reveló al killer que llevaba dentro. González, sobrado, se presentó en la tele falto de sueño y recibió una somanta que no habrá olvidado todavía. Hubo aspectos patéticos, como cuando retó a su oponente a que dijese por qué sus asesores habían impuesto como condición que los candidatos estuvieran sentados. (Quería decir que era más bajito).

Nada le libró de la paliza, que uno iba comprabando estupefacto. En la mesa de al lado, Rosa Montero y Pablo Lizcano, compartían perplejidad. González recompuso un poco la figura en el segundo debate, el que moderó en Telecinco Luis Mariñas, pero había quedado tocado. En 1996 fue Aznar quien, sintiéndose ganador, no le dio la oportunidad del debate a su antagonista.

En aquella legislatura, 93-96 se diluyó mi felipismo en los azulejos de mi cocina quedando como rastro el retrato de Dorian Grey. No tengo tiempo para contar aquella legislatura en que empecé a sentir vergüenza por mi voto, pero sí quiero contar un detalle sobre todos. El 19 de abril de 1995, Aznar salió indemne de un atentado de ETA. El blindaje de su vehículo aguantó la carga explosiva del coche bomba que explotó a su paso. El presidente del Gobierno ni siquiera llamó a su jefe de la oposición para preguntarle por su estado y entonces supe que había estado votando a un tipo con unas hechuras morales indecentes.




Y vuelve ahora a hablar del terrorismo. Ayer a mediodía, la remera Carlota se escandalizó al oír unas declaraciones suyas en la radio, cuya textualidad era ésta:

“cada vez que se ve que se puede acercar el final del fenómeno terrorista, hay determinados actores de la vida política y mediática que alejan el horizonte para decir no, no, esto no es. Tiene que ser mucho más que esto, tienen que arrastrase por el fango y meter la cabeza en el fango”.

La desfachatez tiene sus límites. Y hasta sus reglas. Sursum Corda debió de sentir una irritación que comprendo bien y apostilló:
“No, hombre. Por cal viva, sin comparación.”

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